viernes, 29 de junio de 2012

cómplices

Digamos que estaba en el mar, atrapada entre tiburones
cuando vi en el fondo mortecino de las aguas
una bolita blanca que se acercaba saltando hacia mí.
Me golpeó con esa sonrisa de fresa y ojos infinito,
y sin abandonar a mis tiburones,
me fui volando tras el rastro de su colita esponjada.
Conejita con las primaveras intactas
y una herida de nacimiento.
Poeta,
iba dejando rastros de palabras
que al seguirlas eran versos,
y recorrimos espirales
hasta el centro del universo.

Allí en donde convergen nuestras potencias oceánicas
se transforma y se convierte
en una niña impúdica
y mientras navega montada en la barca de mis caderas
empiezan a salir culebras de su cabeza.
Me posee dueña señora de todos los mares,
hace pacto con los krakens que me comen viva desde dentro,
y luchamos a muerte
a ver quién crea el maremoto más fuerte.

Después viene el silencio absoluto,
renacemos adentro de la misma matriz
y nuestros ombligos se conectan.
Nos pulsa la misma sangre,
nos mueve el mismo tamborileo africano
en que nos pare el centro de la tierra.
Nuestros óvulos se besan despacito
y solamente rozan sus cromosómicos dedos
sin poderse tomar las manos.
A veces renazco rosa y ella abeja
a veces yo gata y ella coneja.
Soñamos que algún día
una gatonejita vaya defecando poemas en bolitas.
Mientras tanto la reinventamos
jugamos a soltarnos los ombligos,
perdernos, encontrarnos y seducirnos.

Siempre el arte,
una cascada de palabras,
una historia,
un dibujo
nos hace reconocernos nuevamente
cómplices de todas las vidas.

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